domingo, 23 de noviembre de 2008



Los Objetos Delgados
Carlos Muñoz Gutiérrez




1. La Paradoja de la Ocasión





¿Qué es lo que nos lleva a capturar, atrapar, reproducir mecánicamente una percepción de la
realidad? ¿Qué es lo que nos impulsa a disparar nuestras máquinas de fotos?




Cualquier intento de respuesta a estas preguntas nos ha de conducir con naturalidad a una
reflexión previa sobre el concepto de ‘ocasión’. ¿Qué es una ocasión? ¿Cuándo se produce?
En particular, ¿cuándo juzgamos que es el momento de hacer una foto? Una Foto, una foto...,
decimos en ciertas circunstancias, en ciertos momentos, cuando ocurren algunos
acontecimientos. ¿En qué se diferencian estos de aquellos otros que condenaremos al olvido,
de los que no quedará rastro documental, quizá ni siquiera pasen a ocupar un sitio en nuestra
memoria? O también podemos centrarnos en esos momentos en los que lamentamos no
disponer de una máquina para hacer perdurar más allá del tiempo, del espacio y de la vivencia
un acontecimiento que nos parece memorable, documentable, reproducible o difundible.



¿Qué debe contener un acontecimiento, una percepción o una acción para que se convierta en
un motivo, en una ocasión para disparar nuestras máquinas? Pero sobre todo qué razones
podemos aducir para tal acto de ejercicio del poder, de la dominación, de la memoria.





Visto en cualquiera de estas posibilidades, todo acto de captura necesita de una ocasión. En rigor todo lo que se convierte en acontecimiento terminará siendo el resultado de la confluencia de un
conjunto de factores, aleatorios o intencionales, que vienen a reunirse entre otros acontecimien-
tos igualmente reseñables y que mantienen entre todos ellos una clara o difusa, débil o fuerte, patente o latente, secuencia causal que los dota de sentido, si hay alguien en ellos, o fuera, como espectador, que busque una explicación.






La ocasión emerge inocente, fortuita o accidentalmente, propiciatoria precisamente
para esa explicación, para esa necesidad de comprender lo que nos pasa que tenemos lo
humanos. Fotografiarla, documentarla, difundirla, recordarla aporta si no una explicación una
justificación a aquel suceso que de lo contrario se habría perdido no sólo en el olvido sino que
frecuentemente también habría escapado a la compresión o al sentido. Habría pasado sin pena ni gloria, tal vez no habría pasado pues no ha dejado rastro, ni se ha introducido en una cadena
causal que participe en la explicación de ella misma o de algún otro evento.






¿Tiene la ocasión algo en sí para serlo? ¿Es fuente de verdad? ¿Me obliga a disparar, a
documentar, a atrapar y perpetuar en el tiempo?
Hay algo paradójico en el deseo de investigar qué hay en la ocasión que nos hace perpetuarla
o transmitirla o explicarla, pues en ese esfuerzo se ha de producir precisamente lo contrario, a
saber, la ocultación, la deformación, la tergiversación. Permítanme citar un pasaje de Javier
Marías que pone de manifiesto esta profunda paradoja:




“Contar deforma, contar los hechos deforma los hechos y los tergiversa y casi los
niega, todo lo que se cuenta pasa a ser irreal y aproximativo aunque sea verídico, la
verdad no depende de que las cosas fueran o sucedieran, sino de que permanezcan
ocultas y se desconozcan y no se cuenten, en cuanto se relatan o se manifiestan o
muestran, aunque sea en lo que más real parece, en la televisión o el periódico, en lo
que se llama la realidad o la vida o la vida real incluso, pasan a formar parte de la
analogía y el símbolo, y ya no son hechos, sino que se convierten en reconocimiento.
La verdad nunca resplandece, como dice la fórmula, porque la única verdad es la que
no se conoce ni se transmite, la que no se traduce a palabras ni a imágenes, la
encubierta y no averiguada, y quizá por eso se cuenta tanto o se cuenta todo, para que
nunca haya ocurrido nada, una vez que se cuenta.”




Javier Marías, Corazón tan blanco, pág.255







¿Será nuestro mundo cargado de imágenes, difundido de polo a polo mediante fotografías,
precisamente un mundo inexistente, virtual, falseado? Así parece, la posible motivación que
puede producirnos una ocasión para rescatarla del olvido, para asegurarle una existencia
origina precisamente un proceso de representación que falsea y deforma, que nivela su
existencia con su inexistencia, que le resta a la ocasión la ocasión de serlo.





"...Se perderá cuando se convierta en representación y pueda segregarse de su tiempo y de su espacio..."



...Y la prisa venía porque tenía conciencia de que lo que no oyera ahora ya no lo iba a
oír; no iba a haber repetición, como cuando uno oye una cinta o ve un vídeo y puede
retroceder, sino que cada susurro no aprehendido ni comprendido se perdería para
siempre jamás. Es lo malo que tiene cuanto nos sucede y no es registrado, o aún peor,
ni siquiera sabido ni visto ni oído, porque luego no hay forma de recuperarlo (...). Hasta
las cosas más imborrables tienen una duración, como las que no dejan huella o ni
siquiera suceden, y si estamos prevenidos y las anotamos o las grabamos o las
filmamos, y nos llenamos de recordatorios e incluso tratamos de sustituir lo ocurrido por
la mera constancia y registro y archivo de que ocurrió, de modo que lo que en verdad
ocurra desde el principio sea nuestra anotación o nuestra grabación o nuestra filmación,
sólo eso; aun en ese perfeccionamiento infinito de la repetición habremos perdido
el tiempo en que las cosas acontecieron de veras (aunque sea el tiempo de la
anotación); y mientras tratamos de revivirlo o reproducirlo y hacerlo volver e impedir
que sea pasado, otro tiempo distinto estará aconteciendo (...). Así, lo que vemos y
oímos acaba por asemejarse y aun igualarse con lo que no vimos ni oímos, es sólo
cuestión de tiempo, o de que desaparezcamos.







...y hasta la más monótona y rutinaria de las existencias se va anulando
y negando a sí misma en su aparente repetición hasta que nada es nada ni nadie es
nadie que fueran antes, y la débil rueda del mundo es empujada por desmemoriados
que oyen y ven y saben lo que no se dice ni tiene lugar ni es cognoscible ni comprobable.







Javier Marías, Corazón tan blanco, pág.42-44






Efectivamente una respuesta a esa necesidad de registrar, de salvar del olvido, de documentar
es el intento de construir nuestras vidas, como vidas únicas, cargadas de experiencias únicas y
memorables, enlazadas hábilmente entre los vacíos producidos por los descartes rutinarios o
comunes o despreciables o no aconsejables. Una ocasión es entonces un momento que
queremos integrar en nuestra vida, que nos va a construir única y exclusivamente, por eso
tenemos necesidad de guardar en una foto, en un recuerdo, de compartirla con testigos.
Porque quién nos creería si no, cómo podríamos contarla, cómo recordarla. Sin embargo es al
contar cuando ya no se vive, cuando se oculta la vivencia conforme creamos la narración.
Somos inevitablemente un cuento y las fotografías que lo ilustran no representan una realidad
vivida sino una narración que a la vez motivan. Toda fotografía muestra, por su propia
representación mimética, una narración que también
silencia.


"Con las fotografías de la naturaleza adelgazamos la grandeza que ella misma posee ..."


2.- Lo Sublime como categoría estética


Cualesquiera sea la emoción o reflexión que las imágenes puedan producir ante quien las
presencie, es indudable que la posibilidad de que susciten algo a alguien tiene mucho que ver
con poder habitarlas, de introducirse en ellas y mezclarse con ellas y de construir una narración
de la que cada cual sea personaje. Es, creo, este habitar las imágenes lo que puede producir.

Siguiendo de cerca la reflexión que Kant inicia en su Crítica del Juicio, lo estético es la
posibilidad misma del conocimiento.

En Kant y desde Kant el mundo del ser humano tiene dos planos. Existe un plano que distingue y separa los objetos del acto de conocerlos, es el ámbito de lo metafísico. En esta consideración el mundo es ajeno al hombre, le sobrepasa. Su conocimiento es metafísico, lo nouménico lo llamó Kant.

Pero hay otro plano, lo transcendental, en donde ese mundo ajeno puede ser objeto de nuestro
conocimiento.

Ahora bien si puede producirse el conocimiento será porque estos dos planos puedan
vincularse y relacionarse de forma que a nuestros conceptos podamos añadir representaciones
empíricas, fenoménicas de las cosas que pertenecen al plano metafísico del mundo y que
escapa a nuestro acceso. ¿Dónde reside esta articulación? En gran medida es fruto de la
imaginación, que ningún filósofo ha desdeñado. Esta imaginación permite igualmente proyectar
un mundo del deseo, del deber, de lo que me gustaría que sucediera, en el mundo ineludible
de los hechos, de lo que pasa. Eso es lo Estético en Kant. La posibilidad misma de la
articulación de un discurso sobre el mundo y sobre su conocimiento.
En lo Estético se reúne por un lado el reino del mundo regido por causas que escapan a la
intervención humana y el reino de los fines del hombre regido por su libertad. Por eso el arte
muestra la libertad que reside en la capacidad de imaginar nuevos mundos que no existen,
pero que nos gustaría llevar a cabo. Por eso el arte es forma de conocimiento porque rediseña,
recrea y transfigura la realidad para que ésta cambie.


Es un reino de ficción en el que se viene a unir el sentido que concedemos a las experiencias
que nos suceden, muchas de las cuales son penosas o tristes, devastadoras, pero también
alegres, por un lado; y, por otro, donde diseñamos nuestra acción sobre el mundo de nuestra
experiencia como voluntades libres o, al menos, como agentes capaces de transformación, de
intervención en un mundo que, sabemos, no nos pertenece por completo.


"(lo bello) lleva consigo directamente un sentimiento de impulsión por la vida, y, por
tanto, puede unirse con el encanto y con una imaginación que juega, el sentimiento de
lo sublime es un placer que nace sólo indirectamente del modo siguiente:
produciéndose por medio del sentimiento de una suspensión momentánea de las
facultades vitales, seguida inmediatamente por un desbordamiento tanto más fuerte de
las mismas; y así, como emoción, parece ser, no un juego, sino seriedad en la
ocupación de la imaginación."


Kant, Crítica del Juicio, Analítica de lo sublime §23

Para lo bello existe una base en lo objetos, fuera de nosotros, pero para el sentimiento de lo
sublime sólo existe una base en nosotros.

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